miércoles, 3 de septiembre de 2008

La cadencia aumentaba. El nudo no se iba. No era fácil dormir. Cuanto más cerca estaba el día, más crecía esa ansiedad, ese sentimiento de agravio por la felicidad interrumpida, ese "qué putada no poder disfrutarlo cada día". Las noches eran abismos sin final. Tocaba imaginar caricias, dibujar sonrisas, mirar con los ojos cerrados. Entonces llegaba el respiro. Ella caía desde el cielo, durante un segundo, y el cuerpo se le paralizaba. La sentía, la tocaba. Venía para recordarle que cada gramo de espera sumaría. Cada desfallecimiento serían tres escaladas y cada lamento, carcajadas a borbotones. Le contaba que les aguardan años de ilusión compartida, de aprender a vivir, de disfrutar los deseos. Entonces sonreía dormido y lo volvía a recordar: Sin conocerla, hacía años que la sentía en ese hueco, ese sitio de su recreo, reservado para alguien que nació para hacerle mejor persona, mejor compañero. Y se inmortalizaba ese momento. Esa preciosa sensación de observar cómo dos caminos diferentes confluyen en un viaje con el mejor final que jamás se contará. Sí. Seguro que sí.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

¿El Luizazo se nos está enamorando?

Nebulus dijo...

O eso o se ha pegado una sobredosis de Mimosín concentrado...

Sr. LEÑA dijo...

Estoy con el Nebu a jierro

Luis dijo...

Pues que sepáis que mientras lo escribía sólo pensaba en vosotros tres, guapos!!!